• Música

    Quién no escucha las tonadas
    los acordes de guitarras
    del amor y su grandeza
    cuando en ellas la tibieza
    de esas épocas pasadas
    rememoran nuestros días
    de pasiones y alegrías
    y de pieles muy lozanas

  • Poesía

    Bendita y dulce poesía
    en tus letras hallo yo sutil consuelo
    de estas horas de dolor y alegría
    cavilando por las noches me desvelo
    y pretendo que estas letras exaltadas
    reflejadas en un noble sentimiento
    en su paso por el tiempo sean eternas
    y remanso del amor que ahora siento

  • Videos

    Los colores se dibujan
    imprimiendo su belleza
    y es la luz que con certeza
    va aclarando la figura
    con su voz talante y firme
    apresura su morada
    pasa suave y vida tiene
    se desliza y luego viene
    a quedarse en mi retina
    a sentirse enamorada.

  • Relatos

    Mis pensamientos vuelan buscando su verano
    reposan, se alimentan y emprenden ya su viaje
    anhelan que ella lea lo que escribe hoy mi mano
    y en sus ojos se refelejen este amor en su homenaje

Bienvenidos al blog, a mi mundo de alucinaciones ufanas, de pensamientos apócrifos, un mundo no muy diferente al real donde las letras son puertos de llegada para escondidas pasiones y deseos incumplidos.

Retórica a un amor perpetuo - Recíbelo en twitter

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Archive for 23 abr 2011




Pito catalán, con los dedos extendidos y el pulgar en la nariz. Pito catalán y siguió caminando hasta doblar la esquina, como todos los días.


Ella le sonrió, pero claro, cuando estuvo segura que él ya no podía verlla. Le sonrió, cruzó la verja y entró en la casa, como todos los días.


En el salón, el reloj daba las cinco, no hacia falta mirarlo para darse cuenta. Él, unos cuantos metros más allá, detrás de las paredes, escuchaba el tañer discordante de las campanas de la iglesia, como todos los días.


El mundo seguía girando y girando, la vida era perfecta, dulce y hermosa, el aire era suave, apenas tibio, todo era maravilloso, armónico, deslumbrante, como todos lo días.


Estaban enamorados, tanto, como sólo se puede estar cuando se tienen doce años.


Qué fácil que es todo, qué sencillo resultan las cosas, la magia invade los aromas y espesa el aire. Qué importa si una maestra larguirucha y soñolienta se enoja y gruñe, o si la regla de tres sirve para calcular cuántos postes se necesitan para cercar un campo de tanto por tanto y que, encima, es un paralelepípedo romboidal o algo por el estilo. Qué inútil que resulta mover los dedos una vez y otra vez, y otra, para arriba y para abajo, solfeando una melodía que jamás empieza y que jamás termina. Cuántas cosas sin razón si lo único lógico, lo único válido, lo único que existe, son esos dos minutos de burlas apasionadas.


Poli tiene frío y anda descalza, es natural que sienta frío sobre las baldosas del patio, pero también es natural que el patio sólo sea patio cuando se anda descalzo.


Claro que también es natural que haya una madre, y una madre es eso que se festeja una vez al año y que está detrás del grito y que abre la boca muy muy grande para decir:


__ Poli, los zapatos.


Y así, es como se interrumpe la solitaria danza de Poli en el patio de baldosas, justo cuando sólo eran ella y aquel dulce aletear de los dedos de Rufo, dando vueltas en la memoria.


Claro que sabe que se llamaba Rufo, tanto como Rufo sabe que ella se llama Poli. ¿Cómo no saberlo, si viven ahí nomás, a unas cuadras el uno del otro, en el mismo barrio, en el mismo mundo?. Imposible no saberlo, imposible no saber que todos lo saben, y saber que saben es casi lo mismo que decirlo. Por eso no se dicen nada, no importa, total, ya saben.


Pero Rufo sabe más que Poli, o por lo menos eso es lo que él cree. Y es que él sabe que está decidido a decirlo en voz alta, porque necesita decirlo para escucharse decirlo y saber cómo suena.


También sabe que no puede durar para siempre, que alguna vez debe terminar, que la burla va a tener que transformarse en algo que aún no termina de definir, pero que está ahí, esperando.


Ya ha practicado frente al espejo. Ha imaginado desde la reverencia y el saludo, hasta la despedida, pero lo que no tiene claro es todo lo que debe ir en el medio. Y lo que lo asusta un poco, es qué pasará después, al día siguiente, los días siguientes, porque lo único seguro es que ya no habrá otro pito catalán ni nada parecido.


Mañana. Pero mañana es hoy y Rufo sólo hizo pito catalán con los dedos y siguió caminando como todos los días, y es que estar decidido a hacerlo y hacerlo, son dos cosas muy distintas, y total, siempre está mañana, porque mañana seguramente si.


Y Poli se dio vuelta con su vestido floreado y sonrió para si, como todos los días porque claro, ella hubiera querido que él, pero no, ni siquiera se atrevía a imaginar. Por eso sonrió, porque había tiempo de sobra, porque ella no sabía. Por eso es que Rufo no sonrió, porque él sí sabía.


Invierno y primavera son lo mismo si es que se debe mantener un rito. Sólo la lluvia o el sarampión pueden impedir la ceremonia de la ternura. Pero se sabe que todo termina por volver a su cauce natural, así que un día el cielo se despeja y la piel ya no pica y la fiebre se vuelve solo un mal recuerdo, lleno de pesadillas y sabor amargo en la garganta. El mundo, inevitablemente, continua como si nada. El recreo queda atrás.


Y el rito continuaba porque Poli lo aceptaba y porque Rufo no se atrevía.


Y siguió años, siglos, días, horas, al ritmo de los chicos que perciben los relojes como objetos sin significado. Duró hasta el final de las clases, y allí se acabó de pronto. Poli se fue a la playa. Rufo se quedó en la ciudad. Cada uno mascullando su impotencia, perdidos entre las hojas de un almanaque infinitamente lento.


Por supuesto, fue él quien tomó la decisión, o mejor dicho, quien decidió llevar adelante lo que había decidido hacia tanto. Y esperó con paciencia a que ella regresara.


Todas las tardes, sin falta, Rufo pasaba delante de aquella casa, listo para cambiar el gesto burlón por una sonrisa ensayada, listo para acercarse a ella y decirle hola, listo para todo lo que fuera necesario hacer.


Pero Poli no volvía. Hasta que, un día, un día cualquiera, un camión de mudanzas estacionó frente a aquella puerta que jamás había cruzado. Y Rufo supo que ya era tarde para cualquier cosa, para decidirse, para quedarse, para irse, para llorar. Hasta los dedos de sus manos le parecieron distintos, tan diferentes a aquellos que se movían inquietos mientras le hacían pito catalán a Poli.




Cuando moria, me enlazó en su brazo
cual un reptil de palpitante raso;
y con voz afiebrada y lastimera,
me dijo que cual última terneza,
y en recuerdo de toda su belleza,
me dejaba su blanca calavera...

Que robara a la hambrienta sepultura,
ese ultimo jirón de su hermosura,
que una lívida amante me sería,
y en mis horas, alegres o de duelo,
su alma, descendiendo desde el cielo,
al travéz de sus cuencas me vería...

Pasa el tiempo... El ave silenciosa
del recuerdo voló sobre su fosa,
llamándome a cumplir aquel pedido,
que cual lúgubre flor de sus amores,
me dejó en los postreros estertores,
temerosa a los lutos del olvido.

Y era una noche. Oscuridad y viento;
la lluvia desgarrando el firmamento;
batida en sus ramajes la espesura;
los jardines tronchados y barridos;
y del mar, el estruendo y los rugidos,
resonando a lo lejos con pavura...

Ardiente el corazón, los miembros yertos,
escalé la muralla de los muertos;
y pensando en la súplica postrera
de esa lívida novia del Misterio,
me perdí en el profundo cementerio,
porque iba a robar su calavera.

Por las calles desiertas y medrosas,
buscando en los letreros de las fosas,
llegué hasta su sepulcro solitario.
El viento en los cipreses sollozaba,
y la lluvia, furiosa, me azotaba,
cual queriendo arrojarme del osario.

De una lámpara sorda, bajo el brillo,
su mármol quebranté con un martillo.
Cual fatídico abismo, negro y hondo,
de la tumba la puerta entenebrida
abierta contemplé... De entre su fondo,
brotó una bocanada corrompida!

Y en lo profundo de la negra caja,
entre blancos jirones de mortaja,
la miré desleída y pestilente:
sepultadas sus formas y sus manos,
entre olas hirvientes de gusanos
que tragaban su carne lentamente.

En sus sienes, mechones de cabellos,
sus ojos ¡ay! como ninguno bellos,
convertidos en cuencas pavorosas;
en su boca, que fue roja granada,
una muda y horrible carcajada,
y su pecho en piltrafas asquerosas...

De su belleza, que radió cual astro,
no habia allí tan siquiera un rastro.
Era un informe y corrompido andrajo.
La miré contristado, mudo, inerte:
medité en los festines de la Muerte,
y me hundí en el sepulcro abierto a tajo.

Temblorosas, tendiéronse mis manos
al inmenso hervidero de gusanos.
Busqué de la garganta las junturas:
nervioso retorcí... Hubo traquidos
de huesos arrancados y partidos...
hasta que hollando vil las sepulturas.

Huí miedoso entre las sombras crueles,
creyendo que los muertos en tropeles,
levantaban su forma descarnada
corriendo a rescatar su calavera,
esa yerta y silente compañera
de la lóbrega noche de la Nada...

Eso pasó... fué ayer... Hoy, en mi mesa,
cual escombro final de su belleza,
helada, muda, lívida e inerte,
sobre mis libros en montón, reposa,
cual una gigantesca y blanca rosa,
_que ostentase la risa de la Muerte._

Sus grandes cuencas, como dos cavernas,
me contemplan inmóviles y eternas.
Atónito, al mirarlas, me figuro
que su alma tal vez huya del Cielo,
para triste, silente y con anhelo,
mirarme allá, desde su fondo oscuro.

Entonces con amor llego hasta ella,
y cual si fuera, cuando viva y bella,
por sus huesos, mi mano se desliza:
siento de ansia el corazón opreso,
y en el instante en que le doy un beso,
me encuentro ¡ay! con su macabra risa.

Y allá, de la alta noche, cuando escribo,
ante su faz sintiéndome cautivo,
me parece que se abren sus quijadas,
y que en frases muy tiernas, temblorosas,
me pide que le diga blandas cosas,
como en noches amantes y borradas...

Y soñando, la veo transformarse
en la bella de entonces, y acercarse...
y sentirme yo suyo... y ella mía...
Más, al instante mi pupila advierte,
que no es sino la imagen de la Muerte,
que me contempla extática y sombría.

Ya llevan mucho tiempo estos amores...
Es ella quién conoce mis dolores,
los sueños todos de mi vida entera...
Ella me da la desnudez que viste,
y yo el cariño de mi alma triste,
teniéndola de novia hasta que muera.

Y cuando rompa de la Vida el lazo,
cual ella a mi, la enlazará mi brazo,
y antes que en mi redor todo sucumba,
le diré como frase postrimera:
-Acompañame, pobre calavera,
acompañame, amada, hasta la tumba!...